Escrito por: Deathbater 19 diciembre, 2016

La Plaga
-El despertar-


"Solo un loco creería toda las leyendas que circulan alrededor de las ruinas de Ventur. Estoy seguro que solo están ahí para proteger sus jugosos tesoros escondidos, y necesitarán más que eso para detenerme." - Explorador desaparecido, momentos antes de marcharse hacia Ventur.


La caravana se movía a un ritmo lento pero constante, exactamente como el tiempo en el desierto que ahora rodeaba a Ventur.
Dentro de la carreta principal dos siluetas parecían discutir de manera inquieta.
- En los libros de historia no se menciona nada acerca de que Ventur estaba rodeado por un desierto.- Dijo Lanaya.
- Es por que en los libros de historia no se cuenta lo que en realidad ocurrió aquel día en la batalla final.- Dijo su asistente, Aerio.

Lanaya levantó una ceja, el gesto característico que hacía antes de que la curiosidad la dominara.
Pero antes de poder decir nada la caravana se detuvo. Se había llegado al destino.
Al bajar, se encontraron frente a las ruinas de lo que una vez fue un reino muy próspero.
El guía se subió rápidamente a su transporte y se fué lo más rápido que pudo dejándoles atados a dos caballos, preso de un terror inconmensurable.

- Ni siquiera ofreciéndole una fortuna quiso adentrarse más en las ruinas.- Reflexionó el asistente recientemente adquirido de la exploradora.
- Que los locales se queden con sus supersticiones, nosotros nos quedaremos con las reliquias que encontremos y la sabiduría que escondan.- La voz de Lanaya estaba cargada de indiferencia.

Las ruinas de Ventur eran exactamente como se las imaginaban, un montón de piedras que apenas se mantenían en pie.
Aunque el lugar en sí producía una sensación extraña. Como si algo los estuviera observando todo el tiempo.

- Dicen que si cierras los ojos aún puedes escuchar los gritos de sus habitantes.- Dijo Aerio con un tono de misterio intencional.
- Aerio si vuelves a decir esas cosas voy a comenzar a golpearte, y no sé cuando voy a detenerme.- La respuesta de Lanaya sonó más seria de lo que realmente quiso. Pero es que ese lugar no necesitaba ayuda de su asistente para ser aterrador.

Aerio era un jóven historiador y  amante de la arqueología, oriundo de un poblado cerca del reino de Turstarkuri . Tenía el cabello rubio, una contextura física normal y su piel no estaba tan quemada por el sol como el resto de sus compatriotas, detalle al cuál Lanaya atribuyó una vida de estudios encerrado en una biblioteca.
Al enterarse de que la famosa arqueóloga se encontraba en la ciudad, insistió en acompañarla en sus aventuras. Ella necesitaba alguien que conozca la región y no sea mucha carga, por lo que lo aceptó rápidamente.

Luego de caminar por lo que parecía un kilómetro sin encontrar ni rastro de absolutamente nada más que piedras derrumbadas y cuervos, la frustración comenzaba a notarse.
Ambos decidieron recorrer un poco más antes de darse por vencidos. Luego de media hora de búsqueda, Lanaya se encuentra de pie frente a un mural en perfecto estado.
- ¿No te parece extraño que este mural sea la única cosa en kilómetros que no se haya derrumbado? Aerio estaba preocupado.
- Lo encuentro intrigante, más por el hecho de que este mural cuenta una historia, aunque no comprendo muy bien su significado. Habla sobre un lugar más adelante, fuera de las ruinas. Una caverna sellada o algo así.- Lanaya parecía hablar para sí misma.

Al joven ayudante solo le bastaba con ver la mirada de esa chica para saber que ahora nada en el mundo la iba a detener hasta encontrar ese lugar y descubrir sus secretos.

Acamparon debajo de una saliente rocosa y se durmieron rápidamente para seguir su búsqueda al día siguiente. No fué muy difícil encontrar el lugar, ya que era una cueva gigantesca que no concordaba con el resto del terreno.
Aerio se percató de que los pájaros que volaban en dirección a la cueva evitaban pasar encima de ella, pero no quiso decirle nada a Lanaya para no terminar con un diente menos.

El lugar en cuestión era un caverna común y corriente, pero el aire estaba cargado con un aura extraña. Ni siquiera había que mencionarlo para que ambos estén intranquilos y su avance fuera lento y cauteloso a medida que se adentraban en la caverna. Al final de la caverna había una gran muralla de piedra perfectamente lisa y sellada con magia.
Los ojos de la aventurera se iluminaron al pensar en que tesoros y misterios se escondían en su interior, mientras que su a joven acompañante lo recorría un escalofrío que le sacudió todo el cuerpo.
- Vamos a romper este sello, como mínimo hay un tomo mágico o algún artefacto arcano poderoso escondido aquí. Puedo sentir el poder de la magia solo con acercar la mano.- Dijo Lanaya.
- Yo creo firmemente que no deberíamos tocar nada e irnos. Algunos secretos merecen quedarse enterrados, Lanaya.- La voz de Aerio era suave pero con suficientemente cargada de preocupación para intentar convencerla.
- Estás loco si piensas que voy a detenerme, luego de un viaje de un mes y muy caro, en las puertas de lo que podría ser el mayor descubrimiento de mi carrera.- Su voz, al igual que su voluntad, eran inquebrantables. Y habiendo dicho eso, sacó de uno de sus bolsillos el pergamino que contenía un fragmento de la mítica Vara del Rey Negro, famosa por anular hasta la magia más poderosa del mundo.

El fragmento reaccionó ante la barrera mágica invisible y electrificó el aire a su alrededor, eliminando por completo toda la magia del muro. Luego de unos instantes que fueron eternos para ambos exploradores, la pared se derrumbó haciendo que todo el lugar tiemble. Quedó al descubierto una inmensa habitación subterránea que parecía ser del grande de una ciudad completa como mínimo, aunque ninguno de los dos podría saberlo por la falta de luz.
Tan pronto como la pared se cayó, el aire se inundó de una espesa niebla y un olor indescriptible.

- Lanaya creo que deberíamos...- Aerio fué interrumpido por un rugido desgarrador que salía de lo profundo de la caverna, pero no podían ver nada debido a la oscuridad.
De repente, cientos de pequeñas luciérnagas se encendieron a lo lejos. Parecían volar de forma extraña, pues solo subían y bajaban desapareciendo por momentos.

La exploradora fué la primera en percartarse del peligro.
-¡¡AERIO, CORRE!!.-

Todas las luciernagas se encendieron de un color verde punzante.
El grito de Lanaya fué contestado por un coro de voces agonizantes que iba subiendo de volumen. Esas no eran luciernágas, eran los ojos de cientos de criaturas corriendo en su dirección.

Escaparon sin mirar atrás, corriendo como si el mismísimo infierno se los tragaría si paraban un solo segundo. Y posiblemente así era.
Sintieron un breve momento de paz al ver que los caballos aún seguían en su sitio, aunque intranquilos. Cabalgaron lo más rápido que los animales les permitían en dirección al poblado más cercano.
- ¡Te dije que era mala idea!.- Gritó Aerio. Los pulmones le ardían por la fatiga y la adrenalina.
- Abrir una cripta antigua protegida por un sello mágico nunca es una buena idea, y cuanta más protección tenga, mayor es el tesoro.- Lanaya no parecía preocupada ni asustada en lo absoluto.
-¿¡Estás diciendo que piensas volver ahí!?- El ayudante tenía los ojos abiertos como platos.
- Tranquilo, que haya criaturas defendiendo un tesoro antiguo no es algo nuevo en mis expediciones. Solo tengo que buscar un grupo de mercenarios sedientos de oro para que nos ayuden a atravesar esas cosas.- Su voz era tranquila y confiada.
- Pues es la primera vez que lo veo, y llevo casi dos años haciendo expediciones contigo.-
- Sí, eso dijo mi antiguo ayudante.- Dijo Lanaya con la mirada perdida.
- ¿Antiguo ayudante? ¿Que le pasó a tu antiguo ayudante?.- Dijo Aerio.
La exploradora hizo como que no escuchó sus preguntas y miró hacia otro lado.
- ¿Lanaya? ¡LANAYA!- La voz de Aerio estaba un octavo más aguda de lo normal por la histeria.
La arqueóloga comenzó a reír mientras ignoraba intencionalmente a su ayudante. A lo lejos ya se podían ver las casas de la aldea, por lo que Aerio desistió de seguir preguntando.

Al llegar, notaron que había poco movimiento en la aldea. Más precisamente no había ningún movimiento. Parecía un pueblo fantasma.
La aldea era bastante tradicional: casas de barro con techos de paja dispuestas en circulo, con una gran hoguera apagada en el centro. Posiblemente para contar viejas historias.

En una de las casas mas grandes había un anciano parado afuera, mirándolos fijamente. Tenía una espesa barba blanca y estaba calvo. Su mirada cejuda los estudió de arriba a abajo.
- Señor, ¿Sabe a donde se ha ido toda la gente?.-Preguntó Aerio en tono amable.
- Escaparon, y ustedes deberían hacer lo mismo, extranjeros. Ya ha comenzado.- La voz del anciano era lúgubre y temblorosa.
- ¿De que escaparon? ¿Por que usted sigue aquí si corrían peligro?- Le increpó Lanaya sin ninguna señal de respeto.
- Estoy muy viejo para abandonar mi hogar, solo sería un estorbo. Me quedé para advertir a cualquiera sobre el despertar de la plaga y esperar mi destino.- El anciano tosió fuertemente, y prosiguió:
- Miren el cielo. El Dios Muerto ha regresado, y con él su legión de cadáveres. Este mundo será purgado. Ahora váyanse lo más lejos que puedan y tal vez alcancen a vivir algunos años más.- El viejo dió media vuelta, se metió en su casa y le puso llave.

Ambos miraron al cielo, y con horror vieron había empezado a tornarse de color rojizo.
- Por favor dime que esto no lo ocasionamos nosotros.- Dijo Aerio.
- Muy bien: no desatamos un apocalipsis con una legión de no-muertos por abrir una cripta que ni siquiera estaba bien escondida.- Dijo Lanaya con sarcasmo.
- ¿Que se supone que hagamos ahora?- La voz de Aerio era de pura angustia.
- Arreglarlo. Solo hay que volver a cerrar la cripta o algo así. Si partimos ahora tal vez podamos hacerlo.- Lanaya siempre estaba por encima de la situación, pero esta vez, ni siquiera ella sonaba totalmente convencida...


Continuará..

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